Debemos dejar de ser tan duros con nosotros mismos en cuanto a lo que pensamos que somos capaces de dar en el sentido más amplio de la palabra: a nuestros Hijos. Como mujeres u hombres, madres o padres de hecho, en potencia o de anhelo, nos atormentamos por pensamientos invalidantes en cuanto a no sentirnos capaces de entregar lo suficiente a un hijo y en más de alguna ocasión más de alguna/o le habrá pedido perdón a su hijo por traerlo a este mundo, en cuanto al sentido del dolor y injusticias que nos rodea a diario. Sin embargo, desde nuestro propio miedo desconocemos nuestra luz para iluminar la oscuridad circundante.
Traer un hijo al mundo es cruzar un océano, significa que nuestra luz es suficientemente grande, pero el stress y la responsabilidad de no sentirse una madre o un padre optimo frente a los requerimientos básicos que depara un nuevo ser, inserto en un contexto social y económico cada día más complejo, que nos impone metas, limitaciones, prejuicios y paradigmas, definitivamente nos amedrenta y es comprensible bajo este escenario el temor humano, que pone de manifiesto nuestro propio caos, hábitos, comodidades, inseguridades, que deben ser transformadas de rompe y raja de un día a otro porque no sirven para el nuevo tipo de vida que implica compromiso, responsabilidad, cuidados, distribución optima del tiempo, dejar muchos cosas de lado, y en cierta forma posponerse uno mismo en esa entrega. Sin embargo, desconocemos que en esa transformación de entrega de luz, nos volvemos a autoparir para volver a encontrarnos, que lejos de la zona de confort crecemos y damos lo mejor de nosotros, que en ese dolor evolucionamos, y no solo seremos madre o padre de un hijo, seremos padre o madre de nosotros mismos, de cada día, de cada noche, de cada paso, de cada decisión de vida, seremos la causa y no el efecto.
La gran transformación no viene de afuera, viene desde adentro, y quizás no sea un hijo necesariamente, puede también ser un proyecto o un gran sueño finalmente al que nos enfrentemos pero que se justifique en si mismo como una entrega de luz al próximo, y como un gran parto, que solo será posible luego de atravesar ese océano, un gran túnel, una gran tormenta, o un gran infierno, que no solo mate nuestros demonios y miedos, sino que también nos de la oportunidad de liberarnos en 180 grados de nuestro ensimismamiento, de nuestras viejas creencias y aprensiones. De lo contrario, en nuestra abulia y letargo, nuestro tiempo aislado y nuestra luz extinta no compartida no será más que un desperdicio para el momento final.
“Perdónennos hijos nuestros, nacidos o no nacidos por ser lo que somos, por nuestra ignorancia, por nuestro egoísmo, por nuestros defectos y falta de conciencia, estamos continuamente aprendiendo, a aceptarnos y a querernos, a querer lo que hacemos. Gracias por el honor espiritual de habernos elegido aquí en este mundo por sobre toda circunstancia terrenal, como las madres y padres que somos. Gracias por ser nuestros aliados, gracias por abrir nuestra mente, gracias por despertarnos, gracias su fuerza energética y valentía contra nuestra debilidad. Gracias por su corazón puro y por su aroma de alegría, gracias por la paz de sus ojos mirando el infinito que transmiten confianza en la vida. Gracias por extender nuestros pasos cuando no nos sentimos capaces de avanzar. Juntos venceremos el miedo y abrazaremos la ternura. No podremos prometer lo que no podamos hacer, pero daremos lo mejor de nosotros, incluso nuestra propia vida si es necesario por ustedes en este segundo parto de vida que nos permita renacer. Gracias, porque nos dan la razón más hermosa y poderosa de vivir, y nos devuelven el verdadero sentido genuino de existir y de trascendencia.”
@ Michelle Valencia G. 4-3-2015
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